Retomamos el blog tras una pequeña interrupción en la que se han producido más cambios y noticias que las imaginables antes de iniciar este periodo de parada. Buenas, malas y mediocampistas que tenemos que vivir con ellas. “Todo lo que pasa, conviene” dice un sabio miembro de este grupo. Pues a seguir construyendo el futuro.
Esta semana pasada hemos vivido unas jornadas sobre el puerto en la zona conocida como Algeciras de la Ciudad de la Bahía. Jornadas muy interesantes, en las que ha habido debates calientes en defensa cada uno de su postura. En este intercambio de opiniones han quedado claro algunas cosas. En primer lugar, que en un debate de interés global, la asistencia ha rondado las 60 personas cada día. ¿Acaso sólo 60 personas de las 250.000 que viven en nuestra Ciudad pueden verse afectadas por el puerto?
Ya hablamos en su día de la indolencia, pero estas jornadas han demostrado que la indolencia es sólo la primera fase: la segunda es el individualismo subjetivo. Las opiniones se enfrentaban sin presentar datos, pero todos veían evidente que llevaban razón. Desde un categórico “el puerto está mal diseñado” hasta un provocador “aquí se quiere el desarrollo en la ventana de otro”, pasando por un informe ecologista en el que se describe el daño en la Bahía por la actividad portuaria y se relaciona con las playas de Rota o Sanlúcar (Banderas Negras 2016 de “Ecologistas en Acción”).
Que el puerto tiene impacto (no sólo ambiental, también social) es evidente. ¿Acaso alguien lo duda? La pregunta es, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a soportar el impacto por el bien económico de todos? Lo que ha demostrado estas jornadas es que estamos dispuestos dependiendo del impacto que supone en cada uno de nosotros. Si el puerto va a crecer hacia mi ventana, mejor que crezca hacia otro sitio. Si el puerto va a fastidiar una zona de buceo, que deje de crecer. Si hay riesgo de que toquen mis condiciones laborales, que se pierda actividad.
La maravillosa Ciudad de la Bahía está demostrando una cosa al resto de España. Aquí vamos cada uno por su bolsa. Si en Murcia se movilizan miles de personas por un muro, capitaneadas por una señora en una silla. Si en Valencia se juntan 2.000 empresarios a reclamar un tren, aquí no tenemos un objetivo común, sino miles de objetivos individuales.
Hasta que no aprendamos a ceder, no aprenderemos a crecer, porque si algo es necesario para crecer como sociedad es ser capaz de entender que para que todos ganemos, todos tenemos que perder algo. Ésta es nuestra principal debilidad y nuestros enemigos lo saben y lo aprovechan, bien que lo aprovechan.
Estamos ante la oportunidad de darles un futuro a nuestros hijos. Puede ser un futuro maravilloso. Pero también puede ser un futuro del que nos arrepintamos. No sabemos lo que tenemos en las manos, estamos centrados en nuestra ventana. Pensemos por una vez en la ventana del vecino y unámonos, ninguna sociedad dividida prospera.